viernes, 31 de agosto de 2012

Soy Chuu Chu Chuuuuuliii


Hola!!! soy una de las cuatro chicas que componen este blog, sí, la del pelo plateado.
Después de descubrir cómo se entra en la cuenta, he decidido escribir, aunque se me da bastante mal; soy mas de decir frases incoherentes, de esas que sueltas por la calle cuando se te acerca algún tío raro y quieres espantarlo.
Creo que nadie nos ha presentado correctamente, pues bien, técnicamente somos como las WITCH, somos 4 brujas que viven en un mundo paralelo y tienen amigos guapos guapos, de esos que no te encuentras por tu ciudad.Y aunque las iniciales de nuestros nombre no formen la palabra bruja en inglés (porque todos sabemos que en inglés todo es más chic, más fashion, más cool..más...) forman la palabra SPDM!! 
que como todos sabemos son las iniciales de la palabra SPIDERMAN!! Ta ta ta chaaaannnnn!!!!! 
que también está en inglés (vaya por dios..~~")...
Las SPDM son cuatro guerreras adolescentes de una belleza tan extrema que solo los dioses de las 7 bolas de dragón podrían percibir tal grandeza, y por supuesto, caerían a nuestros brazos con solo cantar un Si bemol en una cornamusa mientras una cabra baila la macarena con un tutú.
Y como buenas spidermanas que somos tenemos cada una el pelo de un color: Rubio, Negro, Rojo y Naranja (yo soy la de naranja). No tenemos a ninguna castaña normal por falta de presupuesto que si no...
Y como se que os interesa os lo digo, hoy me he comprado unas gafas de sol, de las de pensar no, de las de ver.


Hecho y escrito por Selma, la hermana malvada de Paty






jueves, 30 de agosto de 2012

¿Strá Vinsky?

Hace poco mi hermana me enseñó este vídeo, y me gustaría compartirlo con todos vosotros. Para los músicos y los no tan músicos, ahí está:


Y aquí está el texto ;)



- ¿Strá Vinsky?
- Está Mahler, pero Schubert!
- ¿Cómo que está Mahler?
- Está Mahler, pero Schubert, Schubert!
- ¿Y por qué está Mahler?
- Es que ayer pasó la noche con una buena Mozart, de estas del royo Paganini.
(voz de fondo: ¡A mi pagarme, no me han pagado!)
- Calla, loca. Total, que se pasó media noche dándole al Jodan Sebastian con el Lubrican Beethoven.
- ¡Es que está hecho un Vivaldi, la virgen!
- Ya ves, pues después se puso los Levis Strauss, se fue a un garito que estaba petado de Haendel, se pasó un poquito con la Farinelli y le dijo a una amiga: "A que te violon Chelo"; y Chelo le dijo: "No te pases de Liszt que me Offenbach".
- ¡Es que cómo se Schubert!
- ¿El qué?
- La Farinelli.
- Total que se volvió a casa con los huevos Granados y esta mañana no se le ocurre otra cosa que desayunar unas peras Albinoni un poco Verdi's y para almorzar unos Boccherini's en vinagre, y claro está en el cuarto de Wagner porque el estómago le Falla.
- Bach!
- Ya ves.
- Pues si quieres te dejo los recados Satie.
- Pues es que me pillas contrabajo.
- Pues nada, ciao Kosky.
- Usted lo Pachelbell.

Patricia

miércoles, 29 de agosto de 2012

Sueño

Te despertarás en la cama, a su lado. Él te dará un beso de buenos días y te traerá el desayuno. Pasaréis la mañana juntos en casa, hasta que ya por la tarde, decida darte la sorpresa que te tiene preparada. Te vendará los ojos y bajaréis a la calle, a esperar vuestro taxi. Tú, divertida y emocionada, no dejarás de preguntarle dónde te va a llevar. Él, ilusionado, sabe que su sorpresa te encantará. Veinte minutos más tarde, bajaréis del taxi y, todavía con la venda en los ojos, empezaréis a andar calle abajo. Poco a poco, dejaréis de oír el ruido de la ciudad y comenzaréis a escuchar los sonidos del campo. Al cabo de diez minutos, por fin él se parará y te quitará la venda. Ante ti, aparecerá un pequeño pero precioso lago, iluminado por el brillante sol de verano. Te sentirás feliz, pensando que aquel es el lugar más hermoso que has visto en la vida. Los dos os acomodaréis en una de las rocas que rodean el lago, y tú le darás un largo beso. Entonces, él comenzará  a decirte que te quiere, que tú eres lo mejor que le ha pasado nunca y que quiere estar contigo para siempre… Exactamente eso mismo que tú sientes por él, pero que nunca te has atrevido a decirle a la cara. En ese instante, te sentirás tan especial por tenerle, pensando que todo es perfecto… Y te darás cuenta de que su sorpresa era regalarte el momento más romántico del mundo; y lo ha conseguido. Sin darte cuenta, te echarás a llorar, y juntos, os fundiréis en un abrazo… Le acariciarás, sintiendo cada pliegue de su piel bajo tus manos, cada curva de su cuerpo; y poco a poco os entregaréis el uno al otro, como si no hubiera mañana; sintiendo que estáis hechos el uno para el otro; sintiendo que vuestra historia de amor es la más bonita que se puede contar; sintiendo que le quieres más que a nada en el mundo…


Patricia

martes, 28 de agosto de 2012

NO SUCUMBIRÉ

No me derrumbaré, no caeré, ni me dejaré domar por la sociedad. Nada hará que yo deje de ser quién soy, por muy mal que me sienta, por muy sola que esté, por muy negro que vea el fondo del lago, aguantaré en la superficie y nada me hundirá. Puede que nadie llegue a comprender mi alma y ella deba vagar durante años sola, pero yo estaré con ella, susurrándole al oído que todo saldrá bien. Ningún fajo de billetes me dirá quién debo ser. Nada. Absolutamente nada, podrá entrar en mi ser y romper los hilos que me mueven. Me mantendré fuerte y seguiré siendo yo aunque se hunda mi techo. Llegaré al final de mi vida como lo que soy, no como una figura corrupta y desconocida. Ésa seré yo.

Mariel

EL JUEGO DE MI MENTE

Giré el pomo de la puerta. Estaba frío, aunque el lugar era cálido. Estábamos en la sala de una psicóloga. No sabía muy bien qué hacía allí. ¿Por qué mi madre me hacía acompañarla al psicólogo? Y además desconocía que ella tuviese problemas, aunque tampoco me acordaba mucho de los últimos días porque tengo muy mala memoria. Pero me extrañó que me dejase con aquella mujer y se fuese. Así que me senté como me indicó y esperé a mi madre. Empezó a hacerme preguntas del tipo: tienes diecisiete años, ¿no?, estás en primero de bachillerato, ¿no? Yo contestaba a todo afirmativamente. Sabía muchas cosas de mí.
-   ¿Todo eso se lo ha dicho mi madre?
-   Más o menos.
-   ¿Qué le pasa? ¿por qué necesita ir al psicólogo?
-   No es ella quien está en esta sala.
-   ¿Y a quién esperamos entonces?
-   A nadie.
-   ¿Entonces, yo soy su paciente?
-   Eso es
-   ¿Estoy aquí porque tengo mala memoria?
-   Estas aquí por lo que has olvidado.
-   ¿Es grave?
-   Bastante.
-   Entonces, ayúdeme.
Me hizo varias preguntas y exámenes. Uno de ellos lo había visto en las películas. Es aquel en el que te enseñan unas tarjetas con unas manchas y dices lo que ves. El último me llamó la atención. Me dio una especie de cazuela y me dijo que mirase en el interior. No había nada. Solo mi reflejo. Bueno, mi sombra reflejada, por así decirlo, porque como el foco de luz estaba detrás de mí, solo veía la forma de mi cara oscura, como una sombra, incapaz de distinguir mis propios rasgos. Le conté qué era lo que veía.
-   ¿Te parece que tu reflejo es malo, que es peligroso?
-   No, claro que no, porque está muerto.
Eso pareció sorprender a Catalina. Ese era su nombre. Siguió apuntando cosas como había hecho hasta entonces.
-   ¿Por qué piensas que está muerto?
-   Porque solo es una marioneta. Hace lo que yo hago. Gira la cabeza porque yo la giro, la tuerce porque yo la tuerzo – y a la vez, yo hacía esos movimientos. – mire como saca su retorcida y larga lengua y se forma su sombra a la derecha. ¿Lo ve?
-   Vale, por hoy, hemos terminado.
Me dio su número de teléfono por si necesitaba algo, me dijo que estuviese atento a las cosas extrañas y me dejó marchar. Mi madre se quedó hablando un rato con ella y fui al coche a esperarla. No hablamos en el viaje de vuelta. Yo tenía frío, así que puse mis manos sobre las rendijas de la calefacción, por las que expulsaba el cálido aire. Varias veces me pareció que salían hilos de una especie de humo negro por aquellos agujeros pero luego pensé que habría sido mi imaginación. El coche paró y al apartar las manos del aire estaban manchadas de un polvo extraño y le pedí a mi madre un pañuelo. Me limpié las manos y me lo guardé en el bolsillo del pantalón.
Llegué a casa y me cambié de ropa, luego me puse a hacer un trabajo de literatura que tenía que terminar para el día siguiente. Llevaba unos veinte minutos escribiendo cuando volví a oír “aquellas voces”. Solía pasarme cuando estaba en silencio y se repetía un sonido monótono. En este caso el del lápiz contra el papel. No me gustaba escucharlas, aunque nunca llegué a hacerlo realmente. Las sentía dentro de mi cabeza, voces de mujeres gritándome, no podía entender lo que decían porque no hablaban, o no del todo, eran sonidos que buscaban las formas de las palabras. Aunque tampoco era así del todo, porque no las escuchaba a través de mis oídos, sino a través de mi cabeza. Tal vez por eso no las entendía, porque no sabían hablar en el lenguaje de mi cerebro. Cuando me pasaba, dejaba de hacer el sonido monótono para que parasen, pero Catalina me dijo que prestara atención, que estuviese atento a las cosas extrañas, y seguí deslizando el lápiz sobre el papel. Continuaban gritándome, cuanto más escribía, más intensamente las oía, pero no las entendía. Llegó un momento en que se me hizo insoportable y atravesé la hoja sin querer y tuve que volver a empezar el trabajo.
Varias horas después lo terminé y lo guardé en una carpeta. Me quedé un rato pensando en el experimento de la cazuela. No tenía mucho sentido que no me hubiese podido ver reflejado y solo se viese mi contorno, porque al ser un objeto curvo la luz que incidía en los costados hubiese rebotado y me habría visto con claridad. Pensé en llamar a mi psicóloga pero quizás yo estaba equivocado. Unos minutos después se me ocurrió otra razón por la que debía llamarla. Cogí mi móvil y marqué su número. Después de tres toques contestó.
-   ¿Sí?
-   Soy yo, he estado en su consulta hace unas dos horas y media.
-   Sí ¿qué quieres?
-   Me he dado cuenta de que mi reflejo está vivo.
-   ¿Por qué has cambiado de opinión?
-   Porque yo en ningún momento saqué la lengua.

Me dio cita a primera hora de la mañana, así que me perdería las clases, por lo que le di mi trabajo a mi madre para que se lo entregase al profesor.
-   Bueno parece que avanzamos
-   ¿Y eso, por qué?
-   Porque es la primera vez que cambias de opinión en todos estos meses
-   Solo nos hemos visto un día.
-   No te fíes de tu memoria. Llevas acudiendo al psicólogo desde hace tres meses. Pero no te acuerdas. Como no te acuerdas de que llevas haciendo el mismo trabajo de literatura durante mucho tiempo. Dejaste de ir al instituto porque eras peligroso.
-   Eso no es cierto. No lo soy. Y si lo de mi trabajo fuese verdad, mi madre no hubiese ido a dárselo al profesor.
-   Cada día haces el mismo trabajo y se lo entregas a tu madre porque al día siguiente no vas a ir a clase.
Sacó un montón de papeles donde aparecía una portada que ponía: trabajo de literatura, con mi letra y abajo mi nombre y mi curso. Me enseñó varios y todos eran iguales. Pero los abrí y las hojas estaban en blanco.
-   Nunca escribes nada. Siempre los das en blanco.
-   Pero ayer lo estuve haciendo. Me acuerdo.
-   ¿De qué es el trabajo?
-   De literatura.
-   Me refiero al tema. ¿De qué es? ¿La vida de algún poeta?
-   No me acuerdo.
-   ¿Lo ves? no sabes de qué trata el trabajo. Nunca lo haces. Hasta hoy todo era igual, pensabas que tu madre era la que necesitaba un psicólogo, veías las fichas y decías siempre lo mismo, pero ayer cambié tu rutina y tu forma de pensar. Estás enfermo, James.
-    Me sentía mareado
-   ¿Volviste a escuchar las voces?
-   Cállese, no estoy loco.
-   Nadie ha dicho que lo estés.
-   Tengo pruebas, ayer el aire acondicionado echó un extraño polvo...
-   Te lo imaginaste.
-   No, no es cierto. – saqué de mi bolsillo el pañuelo porque tenía el mismo pantalón que el día anterior, se lo tendí para que lo viese. Vacío. Ni una mancha.
Volvimos a casa y miré la basura donde el día anterior había tirado el trabajo que empecé a hacer. No había nada, salvo líneas sin sentido escritas cada vez más fuertes sobre el papel rasgado. Ni una sola palabra. Apenas era capaz de recordar más allá del día anterior. ¿Por qué? Mi vida estaba vacía. Como si hubiese vuelto a nacer. Tenía recuerdos. Pocos. Días de clase, salidas con mis amigos... ni siquiera sabía si eran reales. ¿Cómo podría luchar contra eso?
Llevaba un rato sentado en mi silla mirando un punto lejano en el vacío de mi cerebro, escuchando mi respiración. Se me ocurrió que no todo estaba perdido, me había dado cuenta de lo que pasaba y según mi psicóloga estábamos avanzando. Ahora que sabía que lo real y lo imaginario se cruzaban, me sería más fácil distinguirlos. Ya no veía una hoja con un trabajo de literatura, veía lo que era. Este pensamiento me animó y fui a ducharme, pensando que conseguiría curarme.
Mi madre había salido a hacer la compra; así que pensé en ponerme el cerrojo, porque ella no me dejaba y así me sentía más seguro, pero como lo que me asustaba eran mis propias imaginaciones y ahora estaba seguro de poder diferenciarlas, no lo puse. Abrí el grifo para que se fuese calentando el agua mientras tarareaba una canción en falsete. Cantada así hacía que se formase una atmósfera de película de terror y eso me hizo gracia porque sabía que nada me asustaría. Me desnudé y entré en la ducha pensando en que ahora el asesino de la película entraría sigilosamente. Sonó un fuerte golpe contra la puerta. Era tan real..., pero mi madre estaba fuera, y de repente sin darme cuenta, me encontré gritando encogido en el suelo mientras caía el agua fría.
-   ¡Aléjate de mí! ¡Aléjate de mí!
Alguien entró en el baño mientras yo todavía chillaba sin poder contenerme, incapaz de adueñarme de mi voz. Era mi madre, que alarmada por los gritos, había entrado a ver qué me pasaba.
-   ¡Hijo!, para, ¡para! Ya estoy aquí. No pasa nada. ¿Qué ocurre? – me costaba respirar, cerró el grifo y después de un rato me tranquilicé. - ¿Qué ha pasado?
-   Lo siento mamá, se que no ha sido real, pero me ha salido la voz sola. 
-   No pasa nada. ¿Qué has visto? – tiritaba, así que fue a por una toalla para secarme.
-   No he visto nada. He oído un golpe contra la puerta y como tú estabas fuera me he asustado.
-   Cariño, lo siento, el golpe lo he hecho yo sin querer al pasar al lado de la puerta. Pero... ¿cómo que yo estaba fuera? He estado todo el rato aquí.
-   ¿No has salido ha hacer la compra?
-   No.
Otra vez mi imaginación me la había vuelto a jugar. Había visto como ella salía de casa pero al ser algo tan normal no me había dado cuenta de que no fuese de verdad. Cerré lo ojos para descansar, para pensar un momento lo ocurrido. Volví a abrirlos. Estaba de pie, a punto de entrar en la ducha, quitándome la camiseta y tarareando aquella extraña cancioncilla sin letra con la voz en falsete. Paré. Solo se oía un silencio interrumpido por el agua del grifo. Aún no había pasado, me lo había imaginado. Me puse a hiperventilar durante unos minutos y luego me tranquilicé y entré en la ducha, temeroso. El agua estaba templada así que la puse más caliente pero de repente salió helada y volví a oír un fuerte golpe contra la puerta y volví a gritar, en la misma posición que antes.
-   ¡Aléjate de mí! ¡Aléjate de mí!
Oí la puerta del baño abrirse y era mi madre. Otra vez.
-   ¡Hijo!, para, ¡para! Ya estoy aquí. No pasa nada. ¿Qué ocurre? – Las mismas palabras que antes. No era posible. ¿Cómo iba a saber yo en un momento irreal cuales eran las palabras exactas que iba a decir mi madre y lo que iba a ocurrir? - ¿Qué ha pasado?
-   Nada. Me he asustado por el golpe que has dado a la puerta, sin querer, al pasar al lado. Estoy bien.
-   No he dado ningún golpe. Estaba fuera, me has visto irme. Acabo de llegar a casa. Cuando he entrado ya estabas gritando. - Cogió una toalla para secarme ya que estaba tiritando.- ¿Estás bien?
No. Claro que no lo estaba. Pensaba que podría distinguir lo que me pasaba pero no podía. ¿Cómo luchar contra lo irreal? Al día siguiente tenía cita con Catalina a las once así que le contaría lo que pasaba, e intenté tranquilizarme pensando que ella lo arreglaría, pero solo me estaba engañando a mi mismo porque dudaba que fuera a encontrar las respuestas que quería. Después de cenar me fui pronto a la cama porque necesitaba que el día acabase y necesitaba dormir, dormir feliz, sin pesadillas, ni sueños perturbadores. Solo dormir.
A las diez me levanté y fui ha hacerme el desayuno. Me acordaba de los últimos días perfectamente. Mi trabajo de literatura vacío, aquellas voces femeninas en mi cabeza gritándome, el agua helada cayendo sobre mi cuerpo desnudo mientras gritaba, la asquerosa y retorcida lengua...  Lo recordaba todo y eso me hizo pensar que tal vez ese día no me pasaría nada. Y ¡ojalá! fuese un día aburrido.
El ruido que hace el microondas cuando se para me hizo salir de mis pensamientos y me senté, esperando que la leche caliente no se congelase y que las galletas no se moviesen, ni sacasen sus lenguas o algo parecido. Empecé a comer, aunque no tenía mucha hambre y después de un rato dejé de desayunar porque me encontraba un poco mal. Algo cayó sobre mí manchando mi pelo, mi hombro y mi pijama. Aunque eran apenas unas gotas, olían a leche. Tal vez la misma que yo llevaba mirando fijamente varios segundos, acurrucada en su taza sobre la mesa junto a las dos últimas galletas que quedaban. ¿De dónde había caído? Me puse de pie sobre la silla, palpando el techo en busca de alguna gotera. Poco después me rendí. ¿Me la había vuelto a jugar? pero, ¿qué era real? Tal vez la gota lo fuera y algo en mi cabeza no me había dejado ver qué había hecho que cayese sobre mí, porque... ¿cómo era posible sentir y poder oler lo imaginario con tanta claridad?
No me acuerdo como conseguí tranquilizarme esta vez porque sin darme cuenta estaba en la sala de mi psicóloga. Me contó cómo me habían echado del instituto. Al parecer empecé a ver cosas extrañas y tenía ataques de ansiedad. El miedo me hacía defenderme pegando a mis compañeros, y con pegar me refiero a propinar brutales palizas. Así que por el bien de todos me sacaron de allí y empecé a ir al psicólogo. Yo no recordaba nada de eso, pero Catalina decía que era normal, que mi cerebro lo había borrado, y cuando terminó de hablar le conté los últimos sucesos. Mi razonamiento de la realidad con respecto a mi desayuno pareció sorprenderla. Yo era consciente de que muchas cosas no pasaban y mi cerebro me hacía creer que sí. Pero, ¿cómo derrotarlo y tomar el control para no ser engañado?
Catalina me dio un cuaderno para que apuntase cosas de las que no estuviese seguro de si estaban ocurriendo o no, y poder preguntárselo a quien estuviese cerca, y también para escribir mis razonamientos y lo que se me ocurriese. Además me dio una cámara. Me dijo que podía hacer fotos a mi casa, que es donde más tiempo pasaba, por si ocurría alguna alteración importante y tenía que recurrir a ellas o pedirle a alguien que me las describiese por si mi cerebro cambiaba también la foto. Además me dijo que intentase memorizarlas para percibir antes la alteración sin tener que mirar constantemente la imagen. Así que nos pidió que para que el ejercicio de la cámara pudiese ayudarme, no hiciésemos cambios de mobiliario e intentásemos no mover las cosas de sitio.
Parecía un buen método. Ella no lo dijo, pero busqué una grabadora que tenía guardada en un cajón porque los sonidos también eran parte del juego de mi mente. Fotografié toda la casa y dejé mis instrumentos a mano. Todo esto me daba seguridad; aunque esa cosa en mi cabeza intentase engañarme, yo podría descubrirlo.
Ese día no ocurrió nada fuera de lo normal, estaba feliz, sabía que lo conseguiría. Vencería y nada volvería a atormentarme. Al día siguiente me desperté y parecía que hubiese algo raro en la habitación, unas manchas que cobraban formas alargadas y se acercaban a mí, pero no estaba asustado. Sabía que no eran reales, ni siquiera necesitaba las fotos. Usaba la lógica para luchar contra las visiones extrañas. A veces me miraba al espejo y mi cara cambiaba de forma pero yo sabía que no era verdad, así que todo parecía ir mejor. A veces mi cerebro me engañaba por lo real de las cosas, pero no me asustaba. Lo aceptaba y escribía en mi cuaderno lo que había sucedido. Mi madre parecía feliz, estaba recuperando a su hijo. Me di cuenta de que solo estábamos ella y yo en casa. No sabía nada de mi padre, ni siquiera sabía si tenía. Había demasiadas lagunas mentales y no podía rescatar los recuerdos que había perdido. Un día salieron de mi cabeza y se los llevó el viento mientras volaban y los hizo polvo. Mi madre no hablaba del pasado así que no pude descubrir nada. Pero construiría mi vida a partir de los recuerdos que me quedaban. Era duro no saber nada de mí, pero me curaría y volvería al instituto donde podría rescatar algunas piezas que seguían en el aire y que el viento no consiguió alcanzar. Los días transcurrían y parecía que tenía el juego ganado, pero al parecer mi contrincante se había preparado todo este tiempo para estudiarme y atacarme.
Me levanté un día feliz, y no pude ver más que oscuridad. No encontraba el interruptor,  sería otra alucinación y por supuesto las fotos no me servirían porque no podía verlas, así que me senté en la cama a esperar a algo que no llegó. Tenía frío pero no había mantas y me levanté para intentar salir de ahí. Sin embargo, no podía encontrar nada, me chocaba contra todo. No parecía mi habitación. Las paredes no estaban donde debían y la desorientación alimentaba el terror que se pegaba a mi piel. Empecé a oír pisadas detrás de mí. Y cogí lo primero que encontré, porque aunque fuese un ser imaginario, mi miedo no lo era y necesitaba algo que me garantizase seguridad y si tener un objeto contundente en la mano me la daba, seguiría ese camino firme que se me construía, en vez de aventurarme por un sendero inestable. Algo me rozaba y cuando ese ente me sujetó lo golpeé para zafarme de él. Pero insistía. Seguí defendiéndome hasta que paró y cayó. Aún así, notaba que no estaba solo, que alguien esperaba a que bajase la guardia para atacarme. No se durante cuanto tiempo estuve caminado, tal vez tenía alguna laguna de ese momento y fueron días, tal vez meses o tal vez seguía andando sin darme cuenta, porque estaba cansado, vencido por el miedo, en alguna parte esperando a que volviese la luz, y me guiase, y me diese calor, porque tenía frío.
Había vuelto. No se por qué, pero ahí estaba, en el cielo, brillando. Tenía que apartar la mirada para poder acostumbrarme. Pero no me calentaba, porque estaba tumbado en la nieve. En mis manos, la grabadora manchada de sangre al igual que mi pijama. ¿Entonces era real? Había golpeado a alguien, y tal vez ya no quedase aire en sus pulmones, ni fuerza en sus labios para contar lo que le había pasado. Mamá. Fue en ella en quién pensé porque poco después de coger el objeto, golpeé a alguien y la grabadora estaba en casa al igual que ella. Tal vez yo había acabado con su vida y por supuesto, con la mía. Aquella que íbamos a construir. Mi psicóloga dijo que me ayudaría, pero ¿cómo iba a arreglar lo que yo había roto? No pudo curarme, porque estaba más enfermo que nunca. Algo tan sencillo como ocultar la luz, había traído la oscuridad a mi vida. Y no importaba cuánto brillase el sol desde su refugio en el cielo. No iluminaría mi ser. Me estaba muriendo, y la nieve lo sabía. Ya había empezado a cubrirme, a ocultarme para que nadie pudiese ver mi vergüenza. Me estaba muriendo.

Me estoy muriendo, tendido sobre una manta manchada por mi dolor, en algún lugar lejos de casa. Mi casa. Acabo de ver mi vida pasar ante mis ojos. ¡Qué corta es!. Ni si quiera tiene un principio en la lejanía. Solo queda el comienzo de cuando entré en el psicólogo el día que dejé de olvidar. Y ahora, varias semanas después, pereceré aquí en el blanco olvido, sin saber si lo último que veo es real o no.

Mariel