- ¿Todo eso se lo ha
dicho mi madre?
- Más o menos.
- ¿Qué le pasa? ¿por
qué necesita ir al psicólogo?
- No es ella quien
está en esta sala.
- ¿Y a quién
esperamos entonces?
- A nadie.
- ¿Entonces, yo soy
su paciente?
- Eso es
- ¿Estoy aquí porque
tengo mala memoria?
- Estas aquí por lo
que has olvidado.
- ¿Es grave?
- Bastante.
- Entonces, ayúdeme.
Me hizo varias preguntas y exámenes. Uno de ellos lo había visto en las películas. Es aquel en el que te enseñan unas tarjetas con unas manchas y dices lo que ves. El último me llamó la atención. Me dio una especie de cazuela y me dijo que mirase en el interior. No había nada. Solo mi reflejo. Bueno, mi sombra reflejada, por así decirlo, porque como el foco de luz estaba detrás de mí, solo veía la forma de mi cara oscura, como una sombra, incapaz de distinguir mis propios rasgos. Le conté qué era lo que veía.
Me hizo varias preguntas y exámenes. Uno de ellos lo había visto en las películas. Es aquel en el que te enseñan unas tarjetas con unas manchas y dices lo que ves. El último me llamó la atención. Me dio una especie de cazuela y me dijo que mirase en el interior. No había nada. Solo mi reflejo. Bueno, mi sombra reflejada, por así decirlo, porque como el foco de luz estaba detrás de mí, solo veía la forma de mi cara oscura, como una sombra, incapaz de distinguir mis propios rasgos. Le conté qué era lo que veía.
- ¿Te parece que tu
reflejo es malo, que es peligroso?
- No, claro que no, porque
está muerto.
Eso
pareció sorprender a Catalina. Ese era su nombre. Siguió apuntando cosas como
había hecho hasta entonces.
- ¿Por qué piensas
que está muerto?
- Porque solo es una
marioneta. Hace lo que yo hago. Gira la cabeza porque yo la giro, la tuerce
porque yo la tuerzo – y a la vez, yo hacía esos movimientos. – mire como saca
su retorcida y larga lengua y se forma su sombra a la derecha. ¿Lo ve?
- Vale, por hoy,
hemos terminado.
Me dio
su número de teléfono por si necesitaba algo, me dijo que estuviese atento a
las cosas extrañas y me dejó marchar. Mi madre se quedó hablando un rato con
ella y fui al coche a esperarla. No hablamos en el viaje de vuelta. Yo tenía frío, así que puse mis manos
sobre las rendijas de la calefacción, por las que expulsaba el cálido aire.
Varias veces me pareció que salían hilos de una especie de humo negro por
aquellos agujeros pero luego pensé que habría sido mi imaginación. El coche
paró y al apartar las manos del aire estaban manchadas de un polvo extraño y le
pedí a mi madre un pañuelo. Me limpié las manos y me lo guardé en el bolsillo
del pantalón.
Llegué
a casa y me cambié de ropa, luego me puse a hacer un trabajo de literatura que
tenía que terminar para el día siguiente. Llevaba unos veinte minutos escribiendo
cuando volví a oír “aquellas voces”. Solía pasarme cuando estaba en silencio y
se repetía un sonido monótono. En este caso el del lápiz contra el papel. No me
gustaba escucharlas, aunque nunca llegué a hacerlo realmente. Las sentía dentro
de mi cabeza, voces de mujeres gritándome, no podía entender lo que decían
porque no hablaban, o no del todo, eran sonidos que buscaban las formas de las
palabras. Aunque tampoco era así del todo, porque no las escuchaba a través de
mis oídos, sino a través de mi cabeza. Tal vez por eso no las entendía, porque
no sabían hablar en el lenguaje de mi cerebro. Cuando me pasaba, dejaba de
hacer el sonido monótono para que parasen, pero Catalina me dijo que prestara
atención, que estuviese atento a las cosas extrañas, y seguí deslizando el
lápiz sobre el papel. Continuaban gritándome, cuanto más escribía, más
intensamente las oía, pero no las entendía. Llegó un momento en que se me hizo
insoportable y atravesé la hoja sin querer y tuve que volver a empezar el
trabajo.
Varias
horas después lo terminé y lo guardé en una carpeta. Me quedé un rato pensando
en el experimento de la cazuela. No tenía mucho sentido que no me hubiese
podido ver reflejado y solo se viese mi contorno, porque al ser un objeto curvo
la luz que incidía en los costados hubiese rebotado y me habría visto con
claridad. Pensé en llamar a mi psicóloga pero quizás yo estaba equivocado. Unos
minutos después se me ocurrió otra razón por la que debía llamarla. Cogí mi
móvil y marqué su número. Después de tres toques contestó.
- ¿Sí?
- Soy yo, he estado
en su consulta hace unas dos horas y media.
- Sí ¿qué quieres?
- Me he dado cuenta
de que mi reflejo está vivo.
- ¿Por qué has
cambiado de opinión?
- Porque yo en ningún
momento saqué la lengua.
Me dio cita
a primera hora de la mañana, así que me perdería las clases, por lo que le di
mi trabajo a mi madre para que se lo entregase al profesor.
- Bueno parece que
avanzamos
- ¿Y eso, por qué?
- Porque es la
primera vez que cambias de opinión en todos estos meses
- Solo nos hemos
visto un día.
- No te fíes de tu
memoria. Llevas acudiendo al psicólogo desde hace tres meses. Pero no te
acuerdas. Como no te acuerdas de que llevas haciendo el mismo trabajo de
literatura durante mucho tiempo. Dejaste de ir al instituto porque eras
peligroso.
- Eso no es cierto.
No lo soy. Y si lo de mi trabajo fuese verdad, mi madre no hubiese ido a
dárselo al profesor.
- Cada día haces el
mismo trabajo y se lo entregas a tu madre porque al día siguiente no vas a ir a
clase.
Sacó un
montón de papeles donde aparecía una portada que ponía: trabajo de literatura,
con mi letra y abajo mi nombre y mi curso. Me enseñó varios y todos eran
iguales. Pero los abrí y las hojas estaban en blanco.
- Nunca escribes
nada. Siempre los das en blanco.
- Pero ayer lo estuve
haciendo. Me acuerdo.
- ¿De qué es el
trabajo?
- De literatura.
- Me refiero al tema.
¿De qué es? ¿La vida de algún poeta?
- No me acuerdo.
- ¿Lo ves? no sabes
de qué trata el trabajo. Nunca lo haces. Hasta hoy todo era igual, pensabas que
tu madre era la que necesitaba un psicólogo, veías las fichas y decías siempre
lo mismo, pero ayer cambié tu rutina y tu forma de pensar. Estás enfermo,
James.
- Me sentía mareado
- ¿Volviste a
escuchar las voces?
- Cállese, no estoy
loco.
- Nadie ha dicho que
lo estés.
- Tengo pruebas, ayer
el aire acondicionado echó un extraño polvo...
- Te lo imaginaste.
-
No, no es cierto. – saqué de mi bolsillo el pañuelo
porque tenía el mismo pantalón que el día anterior, se lo tendí para que lo
viese. Vacío. Ni una mancha.
Volvimos a casa y miré la basura donde el día anterior había tirado el
trabajo que empecé a hacer. No había nada, salvo líneas sin sentido escritas
cada vez más fuertes sobre el papel rasgado. Ni una sola palabra. Apenas era
capaz de recordar más allá del día anterior. ¿Por qué? Mi vida estaba vacía.
Como si hubiese vuelto a nacer. Tenía recuerdos. Pocos. Días de clase, salidas con
mis amigos... ni siquiera sabía si eran reales. ¿Cómo podría luchar contra eso?
Llevaba un rato sentado en mi silla mirando un punto lejano en el vacío
de mi cerebro, escuchando mi respiración. Se me ocurrió que no todo estaba
perdido, me había dado cuenta de lo que pasaba y según mi psicóloga estábamos
avanzando. Ahora que sabía que lo real y lo imaginario se cruzaban, me sería
más fácil distinguirlos. Ya no veía una hoja con un trabajo de literatura, veía
lo que era. Este pensamiento me animó y fui a ducharme, pensando que
conseguiría curarme.
Mi madre había salido a hacer la compra; así que pensé en ponerme el
cerrojo, porque ella no me dejaba y así me sentía más seguro, pero como lo que
me asustaba eran mis propias imaginaciones y ahora estaba seguro de poder
diferenciarlas, no lo puse. Abrí el grifo para que se fuese calentando el agua
mientras tarareaba una canción en falsete. Cantada así hacía que se formase una
atmósfera de película de terror y eso me hizo gracia porque sabía que nada me
asustaría. Me desnudé y entré en la ducha pensando en que ahora el asesino de
la película entraría sigilosamente. Sonó un fuerte golpe contra la puerta. Era
tan real..., pero mi madre estaba fuera, y de repente sin darme cuenta, me
encontré gritando encogido en el suelo mientras caía el agua fría.
- ¡Aléjate de mí! ¡Aléjate
de mí!
Alguien entró en el baño mientras yo todavía chillaba sin poder
contenerme, incapaz de adueñarme de mi voz. Era mi madre, que alarmada por los
gritos, había entrado a ver qué me pasaba.
- ¡Hijo!, para,
¡para! Ya estoy aquí. No pasa nada. ¿Qué ocurre? – me costaba respirar, cerró
el grifo y después de un rato me tranquilicé. - ¿Qué ha pasado?
- Lo siento mamá, se
que no ha sido real, pero me ha salido la voz sola.
- No pasa nada. ¿Qué
has visto? – tiritaba, así que fue a por una toalla para secarme.
- No he visto nada.
He oído un golpe contra la puerta y como tú estabas fuera me he asustado.
- Cariño, lo siento,
el golpe lo he hecho yo sin querer al pasar al lado de la puerta. Pero... ¿cómo
que yo estaba fuera? He estado todo el rato aquí.
- ¿No has salido ha
hacer la compra?
- No.
Otra vez mi imaginación me la había vuelto a jugar. Había visto como
ella salía de casa pero al ser algo tan normal no me había dado cuenta de que
no fuese de verdad. Cerré lo ojos para descansar, para pensar un momento lo
ocurrido. Volví a abrirlos. Estaba de pie, a punto de entrar en la ducha,
quitándome la camiseta y tarareando aquella extraña cancioncilla sin letra con
la voz en falsete. Paré. Solo se oía un silencio interrumpido por el agua del
grifo. Aún no había pasado, me lo había imaginado. Me puse a hiperventilar
durante unos minutos y luego me tranquilicé y entré en la ducha, temeroso. El
agua estaba templada así que la puse más caliente pero de repente salió helada
y volví a oír un fuerte golpe contra la puerta y volví a gritar, en la misma
posición que antes.
- ¡Aléjate de mí! ¡Aléjate
de mí!
Oí la puerta del baño abrirse y era mi madre. Otra vez.
- ¡Hijo!, para,
¡para! Ya estoy aquí. No pasa nada. ¿Qué ocurre? – Las mismas palabras que
antes. No era posible. ¿Cómo iba a saber yo en un momento irreal cuales eran
las palabras exactas que iba a decir mi madre y lo que iba a ocurrir? - ¿Qué ha
pasado?
- Nada. Me he
asustado por el golpe que has dado a la puerta, sin querer, al pasar al lado.
Estoy bien.
- No he dado ningún
golpe. Estaba fuera, me has visto irme. Acabo de llegar a casa. Cuando he
entrado ya estabas gritando. - Cogió una toalla para secarme ya que estaba
tiritando.- ¿Estás bien?
No. Claro que no lo estaba. Pensaba que podría distinguir lo que me
pasaba pero no podía. ¿Cómo luchar contra lo irreal? Al día siguiente tenía
cita con Catalina a las once así que le contaría lo que pasaba, e intenté tranquilizarme
pensando que ella lo arreglaría, pero solo me estaba engañando a mi mismo
porque dudaba que fuera a encontrar las respuestas que quería. Después de cenar
me fui pronto a la cama porque necesitaba que el día acabase y necesitaba
dormir, dormir feliz, sin pesadillas, ni sueños perturbadores. Solo dormir.
A las diez me levanté y fui ha hacerme el desayuno. Me acordaba de los
últimos días perfectamente. Mi trabajo de literatura vacío, aquellas voces
femeninas en mi cabeza gritándome, el agua helada cayendo sobre mi cuerpo
desnudo mientras gritaba, la asquerosa y retorcida lengua... Lo recordaba todo y eso me hizo pensar que tal
vez ese día no me pasaría nada. Y ¡ojalá! fuese un día aburrido.
El ruido que hace el microondas cuando se para me hizo salir de mis
pensamientos y me senté, esperando que la leche caliente no se congelase y que
las galletas no se moviesen, ni sacasen sus lenguas o algo parecido. Empecé a
comer, aunque no tenía mucha hambre y después de un rato dejé de desayunar
porque me encontraba un poco mal. Algo cayó sobre mí manchando mi pelo, mi
hombro y mi pijama. Aunque eran apenas unas gotas, olían a leche. Tal vez la
misma que yo llevaba mirando fijamente varios segundos, acurrucada en su taza
sobre la mesa junto a las dos últimas galletas que quedaban. ¿De dónde había
caído? Me puse de pie sobre la silla, palpando el techo en busca de alguna
gotera. Poco después me rendí. ¿Me la había vuelto a jugar? pero, ¿qué era
real? Tal vez la gota lo fuera y algo en mi cabeza no me había dejado ver qué
había hecho que cayese sobre mí, porque... ¿cómo era posible sentir y poder
oler lo imaginario con tanta claridad?
No me acuerdo como conseguí tranquilizarme esta vez porque sin darme
cuenta estaba en la sala de mi psicóloga. Me contó cómo me habían echado del
instituto. Al parecer empecé a ver cosas extrañas y tenía ataques de ansiedad.
El miedo me hacía defenderme pegando a mis compañeros, y con pegar me refiero a
propinar brutales palizas. Así que por el bien de todos me sacaron de allí y
empecé a ir al psicólogo. Yo no recordaba nada de eso, pero Catalina decía que
era normal, que mi cerebro lo había borrado, y cuando terminó de hablar le
conté los últimos sucesos. Mi razonamiento de la realidad con respecto a mi
desayuno pareció sorprenderla. Yo era consciente de que muchas cosas no pasaban
y mi cerebro me hacía creer que sí. Pero, ¿cómo derrotarlo y tomar el control
para no ser engañado?
Catalina me dio un cuaderno para que apuntase cosas de las que no
estuviese seguro de si estaban ocurriendo o no, y poder preguntárselo a quien
estuviese cerca, y también para escribir mis razonamientos y lo que se me
ocurriese. Además me dio una cámara. Me dijo que podía hacer fotos a mi casa,
que es donde más tiempo pasaba, por si ocurría alguna alteración importante y
tenía que recurrir a ellas o pedirle a alguien que me las describiese por si mi
cerebro cambiaba también la foto. Además me dijo que intentase memorizarlas
para percibir antes la alteración sin tener que mirar constantemente la imagen.
Así que nos pidió que para que el ejercicio de la cámara pudiese ayudarme, no
hiciésemos cambios de mobiliario e intentásemos no mover las cosas de sitio.
Parecía un buen método. Ella no lo dijo, pero busqué una grabadora que
tenía guardada en un cajón porque los sonidos también eran parte del juego de
mi mente. Fotografié toda la casa y dejé mis instrumentos a mano. Todo esto me
daba seguridad; aunque esa cosa en mi cabeza intentase engañarme, yo podría
descubrirlo.
Ese día no ocurrió nada fuera de lo normal, estaba feliz, sabía que lo
conseguiría. Vencería y nada volvería a atormentarme. Al día siguiente me
desperté y parecía que hubiese algo raro en la habitación, unas manchas que
cobraban formas alargadas y se acercaban a mí, pero no estaba asustado. Sabía
que no eran reales, ni siquiera necesitaba las fotos. Usaba la lógica para
luchar contra las visiones extrañas. A veces me miraba al espejo y mi cara
cambiaba de forma pero yo sabía que no era verdad, así que todo parecía ir
mejor. A veces mi cerebro me engañaba por lo real de las cosas, pero no me
asustaba. Lo aceptaba y escribía en mi cuaderno lo que había sucedido. Mi madre
parecía feliz, estaba recuperando a su hijo. Me di cuenta de que solo estábamos
ella y yo en casa. No sabía nada de mi padre, ni siquiera sabía si tenía. Había
demasiadas lagunas mentales y no podía rescatar los recuerdos que había
perdido. Un día salieron de mi cabeza y se los llevó el viento mientras volaban
y los hizo polvo. Mi madre no hablaba del pasado así que no pude descubrir nada.
Pero construiría mi vida a partir de los recuerdos que me quedaban. Era duro no
saber nada de mí, pero me curaría y volvería al instituto donde podría rescatar
algunas piezas que seguían en el aire y que el viento no consiguió alcanzar.
Los días transcurrían y parecía que tenía el juego ganado, pero al parecer mi
contrincante se había preparado todo este tiempo para estudiarme y atacarme.
Me levanté un día feliz, y no pude ver más que oscuridad. No encontraba
el interruptor, sería otra alucinación y
por supuesto las fotos no me servirían porque no podía verlas, así que me senté
en la cama a esperar a algo que no llegó. Tenía frío pero no había mantas y me
levanté para intentar salir de ahí. Sin embargo, no podía encontrar nada, me
chocaba contra todo. No parecía mi habitación. Las paredes no estaban donde
debían y la desorientación alimentaba el terror que se pegaba a mi piel. Empecé
a oír pisadas detrás de mí. Y cogí lo primero que encontré, porque aunque fuese
un ser imaginario, mi miedo no lo era y necesitaba algo que me garantizase
seguridad y si tener un objeto contundente en la mano me la daba, seguiría ese
camino firme que se me construía, en vez de aventurarme por un sendero
inestable. Algo me rozaba y cuando ese ente me sujetó lo golpeé para zafarme de
él. Pero insistía. Seguí defendiéndome hasta que paró y cayó. Aún así, notaba
que no estaba solo, que alguien esperaba a que bajase la guardia para atacarme.
No se durante cuanto tiempo estuve caminado, tal vez tenía alguna laguna de ese
momento y fueron días, tal vez meses o tal vez seguía andando sin darme cuenta,
porque estaba cansado, vencido por el miedo, en alguna parte esperando a que
volviese la luz, y me guiase, y me diese calor, porque tenía frío.
Había vuelto. No se por qué, pero ahí estaba, en el cielo, brillando. Tenía
que apartar la mirada para poder acostumbrarme. Pero no me calentaba, porque
estaba tumbado en la nieve. En mis manos, la grabadora manchada de sangre al
igual que mi pijama. ¿Entonces era real? Había golpeado a alguien, y tal vez ya
no quedase aire en sus pulmones, ni fuerza en sus labios para contar lo que le
había pasado. Mamá. Fue en ella en quién pensé porque poco después de coger el
objeto, golpeé a alguien y la grabadora estaba en casa al igual que ella. Tal
vez yo había acabado con su vida y por supuesto, con la mía. Aquella que íbamos
a construir. Mi psicóloga dijo que me ayudaría, pero ¿cómo iba a arreglar lo
que yo había roto? No pudo curarme, porque estaba más enfermo que nunca. Algo
tan sencillo como ocultar la luz, había traído la oscuridad a mi vida. Y no
importaba cuánto brillase el sol desde su refugio en el cielo. No iluminaría mi
ser. Me estaba muriendo, y la nieve lo sabía. Ya había empezado a cubrirme, a
ocultarme para que nadie pudiese ver mi vergüenza. Me estaba muriendo.
Me estoy muriendo, tendido sobre una manta manchada por mi dolor, en
algún lugar lejos de casa. Mi casa. Acabo de ver mi vida pasar ante mis ojos. ¡Qué
corta es!. Ni si quiera tiene un principio en la lejanía. Solo queda el
comienzo de cuando entré en el psicólogo el día que dejé de olvidar. Y ahora,
varias semanas después, pereceré aquí en el blanco olvido, sin saber si lo
último que veo es real o no.
Mariel
Mariel me has conquistado ;)
ResponderEliminarmcuhas gracias :)
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